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Ernesto Parra's review of 'Willard' (Spanish)
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Español
Cocinas de Placer

Ernesto Parra?

Ya en otra ocasión me encontré en el brete de referirme a una novela (?) de Richard Brautigan, y en semejante circunstancia uno puede experimentar la sensación de ser una pulga en un horno caliente, como diría el reverendo James Hadley Chase?.

Sin embargo, quiero decir que su escritura es la consecuencia más próxima a militar como cliente simultáneo entre las terapias de David Cooper y la cocina de Mayte. Y tal combinación, en la fecha presente, es de agradecer.

De entre los más recientes narradores norteamericanos, Brautigan podrá ser el más sencillo, el más lineal, pero su humor tiene el toque de una pizca de cayena en el interior de las fosas nasales. John Barth ya es un clásico. Pynchon posee otra intensidad de humor, es más hermético, y su obra más cerrada. Y, aunque Frederic Tuten? tiene muchos elementos en común, sigo apostando por la inmediatez (no gratuidad) del mencionado Richard Brautigan.

Intentar explicarle, amable lector, lo que pasa en Willard y sus trofeos de bolos sería tanto como jugar una partida de dardos con huevos frescos. Ya no es que su lectura entrañe la menor dificultad, tampoco las entraña el filme de Buster Keaton Seven chances, en una de cuyas secuencias se ve a Buster perseguido por una multitud de novias, ataviadas ad hoc, dispuestas a todo. Y es entonces cuando del texto o de la pantalla se desprende el gas hilarante para, después, una vez en calma, reseñar la sabiduría infalible del refrán: «quien bien te quiere te hará llorar».

No quisiera desvelar el perverso misterio con que Brautigan subtitula su charada, ni tampoco el final, una pizca más trágica que el final de su otra novela (?): El monstruo de Hawkline. Pero, desde luego y comm'il faut paso a denotar las intenciones erotronómicas que la disímil cosecha de personajes hizo patente.

No cabe la menor duda de que al menos en Willard... (el personaje en cuestión es una especie de Monalisa en pájaro) la urdimbre argumental se desarrolla en una estrategia de recetas, a saber: dos parejas vecinas y ajenas: Bob y Constance, quienes, a raíz de unas verrugas vaginales altamente contagiosas de las que en su debido momento Bob será usufructuario, serán llevados a interpretar, como variante de fuerza mayor, la historia de O en andante con moto cantabile e compiacevole e preservativo. Claro que en esta ocasión tan accidental mademoiselle O (novelista de veintitrés años, recién fracasada) compartirá sus recetas de placer con un híbrido de Silvestre Tornasol y Paganini que, ademas, enriquece los impasse eróticos con la lectura obsesiva de la Antología griega. Y todo eso, para acabar como acaban.

La otra pareja (John y Patricia) posee una cocina de placeres absolutamente acorde con el american's way of life. En su vida no incide la Antología griega, pero en cambio les gustan por igual los sandwiches de pavo y Greta Garbo, amén del show de Johnny Carson, que tiene la misma gracia que las risas grabadas para tales eventos. Además, en su apartamento habitan Willard y sus trofeos de bolos, que el pájaro guarda como Gizé al faraón.

Y, ¡confesión! los Logan (tres hermanos, tres) que son: el que habla por teléfono; el que lee el tebeo; el que bebe cerveza, a quienes pertenecen el medio centenar de trofeos de bolos, porque son unos ases y hasta sus padres lo saben. Después, en un odiseico viaje, practicarán con éxito envidiable el robo de alfombras y de gasolineras.

Pregunta: ¿Y los hermanas Logan?

Respuesta: Olvidalas.


Nueva Estafeta? 26
Enero 1981: 100-102



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