Loading...
 
Print
Español
La Epifanía Como Anzuelo
La Pesca de la Trucha en América de Richard Brautigan
Manual Existencial del gurú de la Contracultura Norteamericana Richard Brautigan.
Traducción de Pablo Álvarez Elacurria
Blackie Books, Barcelona, 2010

Rodrigo Fresán

Mi novela favorita de Richard Brautigan es Willard y sus trofeos de bolos (1975) y trata de una pareja de amantes, de una pandilla de forajidos, de un muñeco con forma de pájaro y de filosofía griega. Mi relato favorito de Brautigan está en Revenge of the Lawn (1971), se titula «I Was Trying to Describe You to Someone(external link)» y equipara la descripción del ser amado con la puesta en marcha de las grandes centrales eléctricas en tiempos de Roosevelt. Mi libro favorito de Brautigan es La pesca de la trucha en América (1967). Y digo «libro» porque no sé a qué especie pertenece: sólo sé que se lee en un rato pero que dura para toda la vida.


Obra maestra y singular de quien fue un raro cruce entre idiota savant de origen humilde, mascota intelectual, gurú subterráneo, hippie postbeatnik de look cowboy, autor multiventas) y, finalmente, alcohólico suicida olvidado por los suyos y por las modas; puede decirse que La pesca de la trucha en América es, también, muchas cosas. Manual existencial, credo artístico y poético, manifiesto tan épico como íntimo, autobiografía en trance, poema en prosa que equivale al susurro del Alarido de Allen Ginsberg?, texto sacro de una religión personal o caja de voces donde resuenan ecos de Emerson y Thoreau, de Vonnegut? y Twain?, de Holst y Murakami?, de Kerouac? y Dylan?.


Brautigan (Tacoma, 1935–Bolinas, 1984) alguna vez propuso la idea de una biblioteca donde la gente pudiera llevar sus manuscritos inéditos. La idea prendió en sus lectores y esa biblioteca? existe. Y, de algún modo, La pesca de la trucha en América surge de esa imaginación generosa y colectiva y popular y hospitalaria: viñetas que van del aforismo al haiku pasando por el chiste sin sentido en los que el nombre del libro equivale a casi todas las cosas de este mundo y – cabe suplantar la palabra trucha por epifanía – se persigue y se alcanza la iluminación definitiva hasta que el lector se siente un poco personaje, un poco autor, alguien que ha sido enganchado y pescado con técnica experta.


Mi foto favorita de Richard Brautigan lo muestra sosteniendo una vieja máquina de escribir, haciendo autoestop al costado del camino, esperando que alguien llegue y lo lleve de vuelta a casa. Háganle un favor, háganse un favor: deténganse y recójanlo y recojan este libro. Todavía están a tiempo, nunca es demasiado tarde para ser feliz.